FILOSOFÍA, comenzando a definirla…

Del griego “phylosophía”, amor al saber, derivado de, amar y saber, sabiduría. Etimológicamente, en una traducción excesivamente convencional, «amor a la sabiduría», donde la palabra " sophía” en lugar de ser traducida como «sabiduría», término con connotaciones grandilocuentes, debe traducirse como «saber teórico», o, en palabras de Aristóteles, como «entendimiento y ciencia»; de igual manera, “philos”, el «amigo» o el «amante» de este saber intelectual puede entenderse, a la manera de Platón, como aplicado a aquel que desea o está ávido de saber.

Históricamente, la invención -hecha por los griegos de las colonias jonias de Asia Menor, hacia el s. VI a.C.,- de hacer frente con la reflexión racional a los problemas que les presentaba la naturaleza. La invención consistió -es la tesis de Karl R. Popper- en un cambio de actitud ante las afirmaciones tradicionales acerca del mundo y el lugar que ocupa el hombre en el mundo, sobre todo acerca de los orígenes de ambos, debido a profundas transformaciones sociales. De una actitud tradicional, conservadora y acrítica, basada en el mito, se pasa a una actitud nueva, innovadora y crítica, que se expresa mediante teorías sobre el mundo, al comienzo rudimentarias. Esta actitud llega a convertirse en la tradición de criticar teorías, de modo que la filosofía, primero, y luego la ciencia, que irá naciendo de aquélla, no es más que la actitud crítica del hombre ante las cosas -la naturaleza, el universo y él mismo-, tal como se ha desarrollado a lo largo de la historia.

Texto ILUMINADOR

Karl R. Popper: la filosofía como actitud crítica

De dónde procede ese filosofar, esa actitud crítica, es algo que, naturalmente, no sabemos con seguridad. Pero según parece es algo muy escaso, y así puede, haciendo abstracción de otros valores, reivindicar el valor de lo extraordinario. Por lo que sabemos procede de Grecia y la inventó Tales de Mileto, el fundador de la Escuela Jónica de filosofía natural.

Existen escuela ya entre los pueblos muy primitivos. La tarea de una escuela es siempre conservar y difundir la doctrina del fundador de la escuela. Si un miembro de la escuela pretende modificar la doctrina sele expulsa como hereje, y la escuela se divide. Por lo tanto, las escuelas se multiplican generalmente por medio de divisiones. Pero claro está, la doctrina tradicional de la escuela tiene que adaptarse a veces a nuevas circunstancias exteriores, por ejemplo, a conocimientos de nueva adquisición, que devendrán bien común. En semejantes casos se introduce la rectificación de la doctrina oficial de la escuela casi siempre de una forma velada, por medio de una nueva interpretación de la antigua doctrina, de forma que se pueda decir después que en realidad no ha cambiado nada; se le atribuye la nueva doctrina modificada (puesto que nadie quiere admitir que se cambió) al maestro, al fundador de la escuela. «El maestro mismo lo ha dicho», oímos repetidas veces en la Escuela Pitagórica.

Por esta razón, es generalmente imposible o al menos enormemente difícil, reconstruir la historia de las ideas de una escuela semejante. Pues forma parte esencial de ese método el que todas las ideas se le atribuyan al fundador. Por lo que sé yo, la tradición de la Escuela Jónica de Tales es la única que se aparta de este rígido esquema. Y ella es la que con el tiempo se constituyó en tradición de la filosofía griega y la que, tras la recuperación de esta filosofía en el Renacimiento, se convirtió finalmente en tradición de la ciencia europea.

Intentemos representarnos por un momento lo que significa romper con la tradición dogmática de una doctrina de escuela pura y colocar en su lugar la tradición de la discusión crítica, de la multiplicidad de doctrinas, del pluralismo, de las diferentes doctrinas competitivas, todas éstas doctrinas que pretenden aproximarse a una verdad.

Que fue Tales quien dio ese paso que marca una época, lo inferimos del hecho de que sólo en la Escuela Jónica, entre todas las otras escuelas, los discípulos intentaban mejorar abiertamente las doctrinas del maestro. Esto sólo es comprensible si nos imaginamos que Tale decía a sus discípulos: «Ésta es mi doctrina, Así considero yo el asunto. Intentad mejorarlo».

Con ello Tales creó una nueva tradición -por así decir, una tradición de dos niveles. En primer lugar, su propia doctrina la transmitió la tradición de escuela y también las doctrinas divergentes de cada nueva generación de discípulos; en segundo lugar, se conservó la tradición de que uno debe criticar a su maestro e intentar hacerlo mejor. Por consiguiente, en esta escuela se considera como un éxito la modificación, la superación de la doctrina; y un cambio semejante se retiene mencionando al que lo introdujo. Con ello, se torna posible por primera vez una verdadera historia de las ideas.

Esta tradición de dos niveles, que acabo de describir aquí, es la de nuestra ciencia moderna. Es uno de los elementos más importantes de nuestro mundo occidental. Por lo que yo sé, se inventó una sola vez. Se perdió al cabo de unos doscientos o trescientos años, pero se redescubrió tras un milenio y medio, después, en el Renacimiento esencialmente gracias a Galileo Galilei.

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La responsabilidad de vivir. Escritos sobre política, historia y conocimiento, Paidós, Barcelona 1995, p. 141-142.

Cómo se ha entendido y desarrollado esta actitud crítica, o esta actividad de reflexión racional, a través de los tiempos constituye la historia de la filosofía y de la ciencia, y aun de la misma civilización. En líneas generales, tras la espléndida aparición del pensamiento griego, que desarrolla la filosofía primero como un saber acerca de la naturaleza (presocráticos), luego como un saber sistemático e integral (Platón y Aristóteles) y, finalmente, como una forma ética de vivir (helenismo), la filosofía se funde de nuevo con el pensamiento religioso, de donde había surgido como crítica y alternativa, en parte para confundirse con él y en parte para reelaborarlo desde su interior (neoplatonismo, cristianismo, filosofía escolástica). Tras una larga y más bien confusa, pero en ningún modo infructuosa relación que la fe y la razón mantienen en el mundo medieval occidental, ya sea cristiano, árabe o judío, el pensamiento racional se reestructura de forma autónoma con el Renacimiento y la revolución científica. Así como en esta época nace la ciencia moderna, hace también su aparición la filosofía moderna.

Descartes establece la nueva función de la filosofía: asegurar la certeza del conocimiento humano; la misión de la filosofía es poner en claro en qué fundamenta el sujeto humano su confianza en saber. Racionalismo y empirismo son dos maneras de responder a lo mismo: la certeza la da la razón o la experiencia. Hay acuerdo en admitir la existencia de un conocimiento objetivo y común; el desacuerdo está en el método de conseguirlo y en la medida en que es posible conseguirlo.

Kant invierte sustancialmente la perspectiva y la actitud crítica se dirige al mismo sujeto que la ejerce; se investiga su capacidad estructural de conocer y, como resultado del «giro copernicano», establece que el conocimiento es, de algún modo, constituido por el mismo sujeto humano -por la naturaleza humana-, no sólo en sus límites sino también en su mismo contenido, y este conocimiento es universal y el mismo para todos porque la naturaleza humana es la misma en todos. En la historia posterior a Kant, la creencia en una naturaleza humana y en un solo tipo de racionalidad ha sido puesta en cuestión. Además de naturaleza, hay historia y evolución y, además de razón, valores, estructuras económicas, inconsciente y vida. No puede darse ya por supuesto que existe una cosa tal como racionalidad y naturaleza humana, igual como no hay una cosa objetiva que pueda llamarse «verdad»; más bien hay que preguntarse por cuáles son las condiciones que hacen posible que haya racionalidad, naturaleza y verdad.

El desarrollo de las mismas ciencias empíricas durante los dos últimos siglos, y sobre todo el de su metodología, ha llevado a la conclusión de que la investigación científica no apunta simplemente a la verdad y a la certeza. El valor de la ciencia es incuestionable y sus procedimientos son modelos de racionalidad, pero lo son precisamente porque cree que debe cuestionarse a sí misma constantemente.

No porque haya una naturaleza, un modelo de racionalidad y un conocimiento verdadero se ponen los hombre de acuerdo; más bien porque los hombres se ponen de acuerdo es posible hablar de conocimiento verdadero, de racionalidad y de aquello que es, o ha de ser, común a todos.

A la filosofía corresponde, en los distintos ámbitos en que es necesario el acuerdo -en lo social, en lo ético, en lo teórico, en lo científico- tratar de las condiciones que lo hacen posible y de los términos en que puede establecerse.

Aunque a lo largo de su historia la filosofía ha consistido en un saber sustantivo y autónomo, en ocasiones, ha sido el único saber disponible; en la actualidad no se atribuye a la filosofía un objeto propio de estudio, por la simple razón de que puede abarcarlos todos. Las ciencias son posteriores a la filosofía en cuanto a su nacimiento cronológico, pero ésta ejerce ahora su actividad tras la actividad de las ciencias. Por esto suele definirse la filosofía como una reflexión de segundo orden que se ejerce sobre otras actividades reflexivas de primer orden. Estas actividades reflexivas de primer orden se ejercen directamente sobre la naturaleza en su sentido más amplio, que abarca desde el universo hasta el individuo pasando por la sociedad y la historia, y sobre esta actividad primera reflexiona posteriormente la filosofía, analizando, criticando, dilucidando, interpretando o evaluando sus presupuestos, sus conceptos básicos, sus métodos, sus resultados y sus objetivos.

No constituye, pues, la filosofía un cuerpo de doctrinas, propio y exclusivo, y distinto de los demás saberes, sino una actividad racional de reflexión sobre todos aquellos aspectos que se consideran fundamentales en distintos ámbitos de la vida humana. Esta actividad se desarrolla

a) constituyendo sus propias reflexiones teóricas en aquellos aspectos no susceptibles de ser tratados científicamente o técnicamente, y

b) sometiendo a crítica, con todos los medios de que dispone la racionalidad humana -desde procedimientos formales de la lógica y del análisis del lenguaje hasta la sola actividad reflexiva- presupuestos, nociones fundamentales, creencias básicas, objetivos y métodos de la vida científica o de la vida ordinaria.

Bibliografía:

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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