El conocimiento según Platón.

Autor: Guillermo García

¿Cómo es posible alcanzar el mundo de las Ideas si está alejado del nuestro? Se hace difícil entender cómo se pueden llegar a conocer estas Ideas si son trascendentes respecto a nuestro mundo.
El motor del conocimiento según Platón es el deseo de conocer, el eros (prestar atención cómo se emplea éste término…) que nos incita a conocer, a alcanzar el mundo de las Ideas a partir de los objetos físicos. La misma pasión que anima al amante a dirigirse hacia lo amado, es la que permite al alma humana seguir el camino ascendente del conocimiento desde la ignorancia hacia la sabiduría. Este impulso erótico es exclusivo del ser humano, que no puede evitar sentirse tentado por el conocimiento de las Ideas, y en particular, la Idea de Bien. Esta referencia al eros viene consignada en “el Banquete” de Platón.
Para que se ponga en camino el eros es necesario que algo lo despierte. Con esto introducimos la teoría de la reminiscencia o anámnesis de Platón, según la cual conocer no es más que recordar aquello que conocimos en el mundo de las Ideas al que perteneció nuestra alma, que es la facultad del conocimiento. En consecuencia, la reminiscencia es posible gracias a la doctrina de la inmortalidad del alma, heredada de los pitagóricos. El alma, antes de encarnarse en el cuerpo, preexistió en el mundo de las Ideas, donde se familiarizó con estas; después de su encarnación en el cuerpo pasa a habitar el mundo sensible donde convive con los objetos particulares que debido a su semejanza a las Ideas, puesto que son copias de estas, le recuerdan al alma su paso por el mundo de las Ideas. El siguiente paso es dirigirse a través de la dialéctica hacia el conocimiento de las Ideas, y en especial de la Idea principal, la Idea de Bien. La doctrina de la reminiscencia y la asociada a esta de la inmortalidad del alma aparece ya en los diálogos de transición como el Menón, y en los diálogos de madurez, como el Fedón o el Fedro.
Platón estableció diferentes y progresivos grados de conocimiento, para ello recurrió al símil de la línea en el sexto libro de la República. Hay dos formas básicas de conocimiento (en esto se inspira en el presocrático Parménides), la primera es la doxa (segmento A-B), que, estrictamente hablando no es verdadero conocimiento, sino mera opinión sujeta al error, y la segunda es la episteme (segmento B-C) que representa el verdadero conocimiento científico, necesario y universal. A su vez la doxa contiene dos grados, el de la conjetura o eikasía (segmento A-D), que confunde las sombras, reflejos con los objetos originales y la pistis o creencia sobre los objetos reales (segmento D-B), sin darse cuenta que son copias irreales de las Ideas. Lo que sigue es un camino de la razón, vedado para los sentidos, que va de la dianoia (segmento B-E), el conocimiento discursivo de las matemáticas, hasta la noesis (segmento E-C), que es el conocimiento que nos permite llegar a la Idea primordial de Bien, que no depende de ninguna otra Idea. Sólo los filósofos son capaces de alcanzar este grado superior de conocimiento. Todo este proceso es la dialéctica. Consiste en ascender a partir de los objetos físicos hasta las Ideas, para después alcanzar la Idea primordial que da sentido y orden al resto de las Ideas. Este camino puede completarse en sentido contrario o descendente, pasando de la Idea primordial al resto de las Ideas que están conectadas entre sí. En resumen, el verdadero conocimiento sólo se reduce a la episteme que tiene como objeto las Ideas del mundo inteligible, mientras que la opinión se refiere a los objetos del mundo sensible.
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* Por cortesía de José Vidal González Barredo
La alegoría o mito de la caverna (en el libro VII de la República) viene a completar la doctrina del conocimiento con este relato tan hermoso y célebre sobre la liberación que supone la sabiduría. Este relato es complementario al símil de la línea que arriba hemos descrito, pero su intención va más allá de la mera descripción de los diferentes grados del conocimiento. Platón reflexiona sobre la liberación de la esclavitud que supone la educación de manos de un maestro que inicia al discípulo en los misterios de la vida. Es necesario que, alguien que previamente se ha liberado de las cadenas y grilletes del interior de la caverna y ha contemplado el mundo real, exterior a la caverna, me ayude pedagógicamente a acostumbrarme a la luz que proviene del Sol.
Este símbolo ha inspirado numerosas reflexiones a lo largo de la historia del pensamiento (para ver las influencias de este mito/alegoría os remito a la dirección web del dpto. de filosofía). En ocasiones, es difícil distinguir la apariencia de la verdadera realidad, más si cabe cuando lo virtual o aparente contribuye a tu bienestar mientras que lo real, en cambio, pone en cuestión todo lo que has vivido[1]. Sería una ingenuidad pensar que todo lo que percibimos es tal y como nos dicen nuestros sentidos, de modo que siempre es pertinente la existencia de maestros que nos recuerden que no debemos creer a pies juntillas las versiones oficiales o mediáticas sino que debemos investigar o indagar por nosotros mismos.
Aunque la mejor descripción de la alegoría corresponde a Sócrates (a través del cual se expresa el propio Platón); en el comienzo del texto citado en la nota 3 se resume de manera espléndida esta alegoría. A modo de recuerdo (anámnesis) os diré que los protagonistas son unos prisioneros[2] que atados de pies, manos y cuello desde su nacimiento en el interior de una caverna contemplan las sombras o imágenes proyectadas en la pared del fondo de la caverna; detrás de ellos y de un muro en alto unos hombres portan unos objetos que a modo de marionetas se interponen entre un fuego que está cerca de la abertura de la cueva y la pared del fondo, haciendo así el efecto de sombras chinescas (un anticipo del cine). A partir de aquí, Platón se pregunta qué pasaría si uno de los prisioneros fuese liberado, cuáles serían sus reacciones ante la luz del sol, qué pasaría si volviese a contar a sus compañeros lo que hay fuera de la cueva. En este relato cada elemento es un símbolo que bien se puede poner en conexión con el símil de la línea tal y como hace el siguiente dibujo[3]:
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El sol es la Idea del Bien que causa que nosotros veamos las ideas tal y como son, que están representadas por los diferentes objetos que están en el mundo exterior, fuera de la caverna. Gracias a la luz del sol, dejamos definitivamente la ignorancia de los esclavos y pasamos a ser libres, porque ya somos sabios.
La antropología dualista de Platón:
Si por algo cautiva la filosofía de Platón, es por su orden y belleza. El mundo dual de Platón condiciona una doble vía de conocimiento: la opinión y la ciencia. Como no podía ser menos, la concepción del ser humano también es dualista. Somos un matrimonio de conveniencia formado por el alma (psique) y el cuerpo (soma). Su unión es accidental y forzada. Tanto es así que más bien se parece a la relación que tienen el Dr. Yekyll y Mr Hyde. Si a alguien le parece exagerado, entonces que eche un vistazo al siguiente texto, perteneciente al Fedón:
“Mientras tengamos el cuerpo, y nuestra alma se halle entremezclada con semejante mal, no poseeremos suficientemente aquello que deseamos, es decir, la verdad. El cuerpo, en efecto, nos acarrea incontables distracciones debido a la necesidad de sustento, y, por si fuera poco, lo atacan enfermedades que nos impiden el conocimiento de lo real. Nos llena de amores, deseos, temores, toda clase de imágenes y tonterías; de tal modo que en lo que de él depende jamás nos sería posible ser sabios. También las guerras, discordias y batallas las acarrean el cuerpo y sus deseos… ¿Y no es la muerte una liberación del alma con respecto al cuerpo? Por eso los que filosofan de verdad se preparan para el morir…”
Esta concepción deja de ser tan inocente cuando comprobamos los estragos que a lo largo de nuestra cultura ha causado en la mentalidad occidental[4]. Platón puso por escrito esta concepción antropológica en los diálogos de madurez principalmente. Parece ser que en sus últimos diálogos atenúo el dualismo en beneficio de una mayor armonía entre el cuerpo y el alma.
El alma y el cuerpo provienen de mundo distintos. Cada uno de los elementos pertenece al mundo de las Ideas y al mundo sensible respectivamente. Es natural que tengan características contrapuestas: el alma es inmortal, eterna, inmutable e inmaterial mientras que el cuerpo es mortal, finito, mudable y material.
La inmortalidad del alma y la teoría de la transmigración y reencarnación sucesiva de las almas estaban presentes en la tradición pitagórica-órfica, de allí las rescata Platón para justificar así que el alma sea la responsable del conocimiento racional pues ha convivido con las Ideas en el mundo inteligible mientras preexistía al cuerpo (antes de encarnarse) y después de encarnarse recuerde a partir de las copias de los objetos sensibles el modelo ideal que imitan aquellas. La inmortalidad del alma es necesaria, pues, para demostrar la teoría de la reminiscencia o el recuerdo. El alma nunca muere, es obligada a encarnarse en el cuerpo, que es como su cárcel; según sea su comportamiento y su virtud mientras está encerrada en el cuerpo, después de la muerte del cuerpo recibirá el premio de vivir muchos años junto a las Ideas o el castigo de vivir en el Hades una buena temporada (Todo este proceso de reencarnaciones o metempsicosis está relatado en el mito de Er en la República).
Otro mito, el del carro alado, disponible en el Fedro, sirve a Platón para explicar la naturaleza tripartita del alma; esto significa, según el diálogo que leamos, que el alma tiene tres funciones distintas o que hay tres almas distintas.
- El alma racional es inmortal y está orientada al conocimiento racional, es la que aspira a volver al mundo de las Ideas. Está situada en la cabeza. Es exclusiva de los seres humanos. Está representado por el jinete, el auriga que dirige el carro alado.
- El alma irascible, situada en el pecho, es el caballo blanco, dócil a las órdenes del alma racional. En ella reside la fuerza de ánimo, la voluntad, los impulsos nobles. Además de los humanos, también disponen de ella los animales, pero no es inmortal.
- El alma concupiscible es el caballo negro, indomable de los apetitos corporales. Por supuesto es mortal. Está situada en el abdomen.
El auriga (el alma racional) debe dominar a los dos caballos, sobre todo, al menos dócil de los dos, el concupiscible que quiere dirigirse hacia el mundo sensible, mientras que la labor del auriga es orientar el carro hacia el mundo de las Ideas. Cuanto más controla las pasiones innobles, más fuerza adquieren las alas para elevarse. La tarea del alma racional es la de purificarse de las malas influencias del cuerpo, para volver al sitio que nunca debió abandonar, liberándose para siempre del cuerpo.
No debemos perder de vista que el objetivo de Platón no es otro sino alcanzar el gobierno ideal de la Polis, para lo cual es imprescindible contar con individuos sabios y virtuosos, capacitados para dirigir los destinos de la ciudad. Ahora bien ¿Cómo alcanzar la virtud?.

[1] Con este propósito hemos planteado la actividad de comparar “la caverna” platónica con la película de ciencia-ficción “Matrix” con la ayuda del capítulo “La preferencia ética por vivir en un mundo real” del libro “Lo que Sócrates diría a Woody Allen” de Juan Antonio Rivera (Ed. Espasa-Calpe).
[2] Platón parece comprobó por sí mismo en Siracusa la vida de los mineros que extraían latón, que vivían sin apenas contemplar la luz del sol.
[3] Este maravilloso dibujo (inspirado en el estilo pictórico de la época) pertenece a los apuntes del profesor José Vidal González Barredo, que están puestos a disposición de todo el mundo en Internet. Muchas gracias, José.
[4] La tradición cristiana adoptó el dualismo antropológico a través de Agustín de Hipona, entre otros muchos. Su influencia ha durado hasta hoy.























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