LIBERTAD… ESA PALABRA TAN COMPROMETEDORA…

LIBERTAD

 

Del latín libertas, condición del hombre que es liber, libre, no esclavo. Término susceptible de diversos sentidos, según el ámbito a que se aplica, significa en general capacidad de actuar según la propia decisión. Según el ámbito en donde se ejerce la decisión, puede hablarse de diversas clases de libertad.

La libertad sociológica, que es el sentido originario de libertad, se refiere, en la antigüedad griega y romana, a que el individuo no se halla en la condición de esclavo, mientras que, en la actualidad alude a la autonomía de que goza el individuo frente a la sociedad, y se refiere a la libertad política o civil, garantizada por los derechos y libertades que amparan al ciudadano en las sociedades democráticas. La libertad psicológica es, normalmente, la capacidad que posee el individuo, «dueño de sí mismo», de no sentirse obligado a actuar a instancias de la motivación más fuerte. La libertad moral es la capacidad del hombre de decidirse a actuar de acuerdo con la razón, sin dejarse dominar por los impulsos y las inclinaciones espontáneas de la sensibilidad. Tanto la libertad psicológica como la moral pueden reducirse simplemente a la libertad de la voluntad, que puede definirse como la facultad de decidirse por una determinada conducta mejor que por otra igualmente posible, o simplemente como la capacidad de autodeterminarse o escoger el motivo por el que uno se decide a obrar de una u otra manera, o a no obrar. Ésta es la libertad que la tradición llama liberum arbitrium, o libre albedrío, «libertad de elección», o «libertad de decisión». La idea de libertad moral no añade a este concepto más que la libre aceptación de los valores morales como motivos suficientes para obrar. A la capacidad de autodeterminación en el obrar, se la llama también «espontaneidad» de la voluntad.

Históricamente, la libertad en el mundo griego y romano es la condición en que se halla el hombre libre, eléutheros o liber, y se caracteriza por la autonomía y autarquía, o autosuficiencia, del Estado a que pertenece y de las que participa. El cristianismo añade al sentido primario de libertad sociológica el de «libertad interior», por el doble motivo fundamental de que el mensaje cristiano se acepta por conversión interior, esto es, por libre decisión, y porque el destino final del creyente (predestinación) es obra conjunta -y conflictiva- de la voluntad de Dios, omnipotente, y de la cooperación y decisión humanas. En este proceso creciente de interiorización de la libertad, entendida como libre ejercicio de la propia decisión, intervino con anterioridad la filosofía helenista, el estoicismo, sobre todo. Apartados por la circunstancia política de la plena participación en la vida ciudadana, y admiradores del ideal del sabio que se retrae hacia su propia vida interior, los estoicos dejan de entender la libertad como autonomía y autarquía política del ciudadano y pasan a entenderla como la autonomía e independencia internas del hombre que persigue el dominio de las pasiones y el ejercicio de una racionalidad, que identifican con el vivir de acuerdo con la naturaleza.

La filosofía escolástica elabora el concepto de libertad interior según los principios del análisis del acto voluntario que hace Aristóteles en la Ética a Nicómaco (libro III), y define (en su época tardía) el libre albedrío como libertad de indiferencia, que se explica en un doble sentido: como ausencia de coacción interna a querer una cosa más bien que otra (sentido negativo), y como capacidad de decidirse por una cosa u otra (sentido positivo), o simplemente de decidirse a no obrar. La teoría con que la Escolástica justificó tal capacidad de indiferencia interna es que el bien, motivo de la acción humana, nunca se presenta al hombre como un bien sumo y necesario, sino como bien o valor finito, frente al cual el entendimiento no se siente totalmente obligado y se mantiene indiferente. Por esto Tomás de Aquino define la libertad como el «dictamen libre de la razón».

Tras la revolución científica que instaura un modelo mecanicista de universo, la filosofía moderna desarrolla un concepto de libertad relacionado con la idea de necesidad. Para Descartes, que separa radicalmente el mundo de la necesidad (la res extensa), del mundo del pensamiento (res cogitans), la libertad no es indiferencia ante la fuerza de los motivos internos, como es en los escolásticos, sino la voluntad que se deja llevar por el entendimiento y es, paradójicamente, tanto más libre cuanto más obligada por el entendimiento (ver texto ).

TEXTO ILUMINADOR:

Jean-Paul Sartre: el «en sí» y el «para sí»

«El ser de la conciencia [...] es un ser para el cual en su ser está en cuestión su ser». Esto significa que el ser de la conciencia no coincide consigo mismo en una adecuación plena. Esta adecuación, que es la del en-sí, se expresa por esta simple fórmula: el ser es lo que es. No hay en el en-sí una parcela de ser que no esté sin distancia con respecto a sí misma. No hay en el ser así concebido el menor esbozo de dualidad, es lo que expresaremos diciendo que la densidad del ser del en-sí es infinita. Es lo pleno. [...] El en-sí está pleno de sí mismo, y no cabe imaginar plenitud más total, adecuación más perfecta de contenido al continente: no hay el menor vacío en el ser, la menor fisura por la que pudiera deslizarse la nada.

La característica de la conciencia, al contrario, está en que es una descompresión de ser. Es imposible, en efecto, definirla como coincidencia consigo misma. De esta mesa, puedo decir que es pura y simplemente esta mesa. Pero de mi creencia, no puedo limitarme a decir que es creencia: mi creencia es conciencia de creencia. [...]

Así conciencia de creencia y creencia son un solo y mismo ser, cuya característica es la inmanencia absoluta. Pero desde que se quiere captar ese ser, se desliza por entre los dedos y nos encontramos ante un esbozo de dualidad, ante un juego de reflejos, pues la conciencia es reflejo, pero justamente, en tanto que reflejo, ella es lo reflejante; y, si intentamos captarla como reflejante, se desvanece y recaemos en el reflejo.

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El ser y la nada, Alianza, Madrid 1989, p. 108-112.

Textos de Diccionario Herder de filosofía

Spinoza acentúa aún más este intelectualismo e identifica, como en los estoicos, libertad, razón y naturaleza (ver texto ).

TEXTO ILUMINADOR:

Baruch Spinoza: la ilusión de la libertad

Los más creen que sólo hacemos libremente aquello que apetecemos escasamente, ya que el apetito de tales cosas puede fácilmente ser dominado por la memoria de otra cosa de que nos acordamos con frecuencia, y, en cambio, no haríamos libremente aquellas cosas que apetecemos con un deseo muy fuerte, que no puede calmarse con el recuerdo de otra cosa. Si los hombres no tuviesen experiencia de que hacemos muchas cosas de que después nos arrepentimos, y de que a menudo, cuando hay en nosotros conflicto entre afectos contrarios, reconocemos lo que es mejor y hacemos lo que es peor, nada impediría que creyesen que lo hacemos todo libremente. Así, el niño cree que apetece libremente la leche, el muchacho irritado, que quiere libremente la venganza, y el tímido, la fuga. También el ebrio cree decir por libre decisión del alma lo que, ya sobrio, quisiera haber callado, y asimismo el que delira, la charlatana, el niño y otros muchos de esta laya creen hablar por libre decisión del alma, siendo así que no pueden reprimir el impulso que les hace hablar. De modo que la experiencia misma, no menos claramente que la razón, enseña que los hombres creen ser libres sólo a causa de que son conscientes de sus acciones, e ignorantes de las causas que las determinan, y, además porque las decisiones del alma no son otra cosa que los apetitos mismos.

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Ética demostrada según el orden geométrico, Parte tercera, prop. 2 (Editora Nacional, Madrid 1980, p. 188).

Textos de Diccionario Herder de filosofía

En el empirismo domina la idea de que la libertad no está dentro de la voluntad humana, sino fuera, en la conducta: libre es aquel que hace lo que decide hacer, esto es, el que no se siente externamente coaccionado. Y se argumenta que, si la voluntad es una causa, ha de ser necesaria, es decir, ha de hallarse internamente determinada a obrar en un determinado sentido, pero esta necesidad interna no impide que el hombre sea libre si éste puede obrar, en lo tocante al exterior, de acuerdo con las determinaciones de la voluntad (ver texto ).

TEXTO ILUMINADOR:

David Hume: necesidad y libertad

Para continuar con nuestro proyecto reconciliador en la cuestión de la libertad y la necesidad, el tema más discutido de la Metafísica, la ciencia mas discutida, no harán falta muchas palabras para demostrar que toda la humanidad ha estado de acuerdo, tanto en la doctrina de la libertad como en la de la necesidad, y que toda la polémica, también en este sentido, ha sido hasta ahora una mera cuestión de palabras. Pues ¿qué se entiende por libertad cuando se aplica a acciones voluntarias? Desde luego no podemos querer decir que las acciones tienen tan poca conexión con motivos, inclinaciones y circunstancias que las unas no se siguen de los otros y que las unas no nos permiten inferir la existencia de los otros. Pues se trata de cuestiones de hecho manifiestas y reconocidas. Entonces, sólo podemos entender por libertad el poder de actuar o de no actuar de acuerdo con las determinaciones de la voluntad; es decir, que si decidimos quedarnos quietos, podemos hacerlo, y si decidimos movernos, también podemos hacerlo. Ahora bien, se admite universalmente que esta hipotética libertad pertenece a todo el que no es prisionero y encadenado. Aquí, pues, no cabe discutir.

Cualquiera que sea la definición de libertad que demos, debemos tener cuidado en observar dos requisitos: primero, que no contradiga hechos; segundo, que sea coherente consigo misma. Si observamos estos requisitos y hacemos inteligible nuestra definición, estoy convencido de que la humanidad entera será de una sola opinión respecto a ésta.

Se acepta universalmente que nada existe sin una causa de su existencia, y el azar, cuando se examina rigurosamente, no es más que una palabra negativa y no significa un poder real que este en algún lugar de la naturaleza. Pero se pretende que algunas causas son necesarias y que otras no lo son.

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Investigación sobre el conocimiento humano, Sec. 1, parte 1 (Alianza, Madrid, 1994, p. 119).

Textos de Diccionario Herder de filosofía

Kant no puede por menos de reconocer el problema que supone hablar de libertad en un mundo dominado por la necesidad, y de lo obligado que resulta hacerlo para fundamentar la existencia moral del hombre; a este conflicto se refiere la tercera de las antinomias kantianas. En el mundo de la experiencia no hay libertad, porque todo obedece a causas; pero en el plano del pensamiento, nada impide que veamos la libertad como una exigencia de la moralidad, un postulado de la razón práctica.

Con la llegada de la edad contemporánea, el interés por aclarar la noción de libertad se desplaza, volviendo a sus orígenes, hacia lo exterior, ya sea aludiendo a un desarrollo abstracto del espíritu libre a lo largo de la historia, como en el idealismo alemán, o como un producto o resultado de la transformación de las estructuras económicas de la sociedad, como en el marxismo, o en la proclamación y defensa de los derechos del hombre y del ciudadano, afirmadas por las constituciones de algunas naciones (EE.UU, Francia) o por la Asamblea de las Naciones Unidas (1948).

Esta breve resumen histórico basta para observar que, para el análisis de la noción de libertad, se adoptan a lo largo de la historia dos actitudes: la de contemplar la libertad como algo interior a la persona humana o la de contemplarla como algo exterior a ella; la que hace de la libertad un problema metafísico, y la que la considera como una cuestión social, en su sentido más amplio; la que habla de libertad de la voluntad, y la que habla de libertad del hombre. La historia de la libertad interna de la voluntad como problema metafísico, y hasta religioso, arranca del cristianismo, con sus antecedentes estoicos, y llega hasta las negaciones «metafísicas» de la metafísica, como el existencialismo -«el hombre está condenado a ser libre» (Sartre)-, mientras que la historia de la libertad exterior del hombre, como cuestión social, surge con Hobbes -«la libertad del súbdito»- y la tradición empirista, y llega hasta los actuales autores denominados «compatibilistas». En medio de esta historia de la libertad, la advertencia de Hume acerca de si no se trata más bien de «una mera cuestión de palabras» y la de Kant, con su antinomia irresoluble: el hombre de la experiencia no es libre; el hombre que podemos pensar, lo es.

Entre los autores procedentes de la filosofía analítica suele plantearse la cuestión de la voluntad libre como un análisis del sentido de los términos «libertad» y «determinismo»: nueva manera de presentar la cuestión entre «libertad y necesidad» de la filosofía moderna.

Se distingue entre «libertarismo», que afirma que el hombre no está sometido a ninguna necesidad de tipo causal, «determinismo duro», que sostiene que la acciones humanas están sometidas, como todo en la naturaleza, a la necesidad de las leyes causales, y «determinismo suave», que es el punto de vista de quienes defienden que la libertad humana y el determinismo causal no son incompatibles entre sí; éstos son los denominados «compatibilistas», y la doctrina que sostienen es llamada «compatibilismo», mientras que el «incompatibilismo» sostiene que libertad y determinismo son inconciliables.

Compatibilizar la libertad con la necesidad es lo que hace la tradición empirista desde Hobbes, y a esta postura se la denomina también teoría de Hume-Mill, por ser los autores más significativos que la han propuesto. En esta teoría, ser libre no significa obrar sin motivo o sin causa alguna, sino no sentirse coaccionado, «porque no es a la causalidad a lo que la libertad se debe contraponer, sino a la constricción», externa o interna (ver texto ).

TEXTO ILUMINADOR:

Alfred J. Ayer: libertad y necesidad

Cuando se me dice que he hecho algo porque yo mismo lo he querido, se querrá decir que podía haber actuado de otro modo; y sólo cuando se cree que yo podía haber actuado de otro modo es cuando se sostiene que yo soy moralmente responsable de lo que he hecho. Porque no se piensa que un hombre sea responsable de una acción que no estaba en su mano evitar. Pero si el comportamiento humano está regido por leyes causales, no se ve claro cómo se podía haber evitado la acción que se ha hecho. Se puede decir que el agente habría actuado de otro modo si las causas de su acción hubiesen sido diferentes, pero, siendo las que fueron, parece que se sigue que él se vio obligado a actuar como actuó. Ahora bien, normalmente se supone tanto que los hombres son capaces de actuar libremente, en el sentido necesario para que se les haga moralmente responsables, como que el comportamiento humano está regido totalmente por leyes causales; y el aparente conflicto entre estos dos supuestos es lo que da al lugar al problema filosófico de la libertad de la voluntad. [...]

Ciertamente, si es necesario que todo acontecimiento tenga una causa, entonces esta regla se le debe aplicar al comportamiento humano lo mismo que a cualquier cosa. Pero, ¿por qué habría que suponer que todo acontecimiento tiene que tener una causa? Lo contrario no es impensable. Ni la ley de causación universal es un presupuesto necesario del pensamiento científico. Puede que el científico trate de descubrir leyes causales, y que en muchos casos tenga éxito; pero a veces se tiene que contentar con leyes estadísticas, y a veces se encuentra con acontecimientos que, en el estado actual de su conocimiento, no es él capaz de encuadrarlos bajo ninguna ley. [...]

Ahora bien, nosotros empezamos suponiendo que la libertad se contraponía a la causalidad, de modo que no se puede decir que un hombre esté actuando libremente si su acción está determinada causalmente. Pero esta suposición nos ha metido en dificultades, y ahora quiero sugerir que es equivocada. Porque pienso que no es a la causalidad a lo que la libertad se debe contraponer, sino a la constricción. Y aunque es verdad que ser constreñidos a hacer una acción implica una causa que nos constriñe a hacerla, trataré de demostrar que del hecho de que mi acción sea determinada causalmente no se sigue necesariamente que yo sea constreñido a hacerla, y esto equivale a decir que no se sigue necesariamente que yo no sea libre.

Si soy constreñido, yo no actúo libremente. Pero, ¿en qué circunstancias se puede decir legítimamente que yo soy constreñido ? Un caso obvio es aquel en el que yo sea compelido por otra persona a hacer lo que ella quiere. En un caso de ese tipo, la compulsión no tiene por qué ser tal que le prive a uno del poder de elección [...]. Basta con que me induzca a hacer lo que ella quiere aclarándome que, si no lo hago, hará que se dé una situación que yo considero menos deseable aún que las consecuencias de la acción que ella quiere que haga. [...]

Un caso parecido, pero un tanto diferente, es aquel en el que otra persona ha conseguido una habitual ascendencia sobre mí. Cuando se da esto, puede que no quede lugar para discutir si soy inducido a actuar como la otra persona quiere [...]. Sin embargo, no actúo libremente. [...] No es necesario que tal constricción adopte la forma de subordinación a otra persona. Con respecto a sus robos, un cleptomaníaco no es un agente libre, porque en él no se da ningún proceso para decidir si roba o no. O más bien, si en él se da un cierto proceso, ello no afecta en nada a su conducta. Resuelva él lo que resuelva, robará de todos modos. [...]

Si sufrí una compulsión neurótica, de manera que, quisiese o no, me levanté y me puse a pasear por la habitación, o si lo hice porque otro me compelió, entonces no estaría actuando libremente. Pero, si lo hago ahora, estaré actuando libremente, precisamente porque estas condiciones no se dan; y, desde el punto de vista en que estamos, el hecho de que, sin embargo, mi acción pueda tener una causa, no afecta a la cuestión, porque se considera que mi acción no es libre, no cuando tenga alguna causa, sino sólo cuando tiene una clase especial de causa. [...]

Si esto es correcto, decir que yo podía haber actuado de otro modo equivale a decir, en primer lugar, que yo habría actuado de otro modo si hubiera preferido hacerlo; en segundo lugar, que mi acción fue voluntaria en el sentido en el que, por ejemplo, las acciones del cleptomaníaco no lo son; y en tercer lugar, que nadie me compelió a escoger lo que escogí; y estas tres condiciones se pueden cumplir perfectamente. Cuando se cumplen, se puede decir que he actuado libremente.

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Ensayos filosóficos, Planeta-Agostini, Barcelona 1986, p. 245-255.

Textos de Diccionario Herder de filosofía

La teoría admite que una acción puede ser libre, aunque esté en todo caso causada por motivaciones, impulsos, circunstancias, etc., siempre y cuando ninguna de estas cosas pueda considerarse una causa que predetermine necesariamente el curso de la acción (que coaccione internamente).

La distinción hecha por el filósofo británico, Isaiah Berlin, en Dos conceptos de libertad (1969), entre libertad de lo que coacciona, y libertad para conseguir los objetivos que se desean, lleva a la distinción entre «libertad negativa» y «libertad positiva». Los partidarios de la primera clase de libertad la conciben en términos de ausencia de coacción y es libre, en este sentido, quien actúa sin que vea obstaculizada o impedida su actuación por los demás, pero sin que esta noción de libertad imponga una manera concreta de actuar. Los partidarios de la segunda clase de libertad la conciben más bien como una autonomía del individuo, dueño de sí mismo, pero consciente también de los deberes de racionalidad y moralidad que le impone esta autonomía. Ambas concepciones se refieren al ámbito de lo político-social.

Otro planteamiento del problema clarificador y simplificador a la vez, distingue entre la concepción positiva o intrapersonal del concepto de libertad y su concepción negativa o interpersonal. Según la primera, cuyo origen puede retrotraerse a Platón, que concibe la libertad, o la moralidad, como el sometimiento de la parte sensitiva e irascible del hombre a su parte racional, «A no es libre, si A es esclavo de sus pasiones». Entre los que sostienen esta libertad positiva pueden enumerarse Descartes, Spinoza, Rousseau, Kant y Hegel, entre otros muchos autores clásicos. Según la concepción negativa, expresión que se debe a Bentham, o según el concepto de libertad interpersonal, equivalente al de ausencia de coacción, «B coacciona a A, si B obliga a A a hacer X o impide que A haga X».

Dado que el concepto de libertad es un derecho moral, y que los derechos se tienen respecto de otra persona, no respecto de sí mismo, el concepto de libertad intrapersonal resulta inadecuado; si acaso, se identifica con las condiciones psicológicas que ha de tener un acto para que pueda llamarse voluntario. El verdadero concepto de libertad es el de libertad interpersonal.

El iniciador del concepto negativo de la libertad individual es Hobbes, que lo toma analógicamente de su noción misma de cuerpo: materia en movimiento; la libertad corresponde a la esencia misma de los cuerpos. Él es también el iniciador de la postura empirista, ya mencionada, de hacer compatible la libertad negativa (libertad de coacción) con la necesidad de obrar regulada por leyes. De ahí se sigue la posibilidad de explicar y predecir la conducta humana (en las ciencias sociales) de un modo parecido a como se explica o predice un suceso natural (en las ciencias de la naturaleza).

La libertad debe diferenciarse de las libertades. La idea de «libertad» remite a un derecho moral, que poseen individualmente todos los ciudadanos, de no ser coaccionados en su acción. Las «libertades» son derechos de hacer X o Y, o Z, donde X,Y y Z son clases de acciones, no acciones concretas; libertad de expresión, de asociación, de presunción de inocencia, de libre circulación, etc.

El gran argumento tradicional en favor de la libertad es la existencia de la responsabilidad moral, por la misma razón que «deber» implica «poder». Todo el mundo, deterministas e indeterministas, está de acuerdo en que sólo si el hombre es libre es también moralmente responsable de sus actos. A veces se concluye del argumento que, puesto que el hombre no es libre, tampoco es moralmente responsable, pero lo habitual es admitir que la responsabilidad es un hecho universalmente admitido. El argumento parece que debe matizarse: hay relación entre responsabilidad y libertad (y a una persona que ha actuado compulsivamente no se la considera libre, y no se le piden responsabilidades), pero esta relación es la que debe precisarse. En el supuesto imaginario de que fuera verdad el determinismo, nadie abogaría por una anulación universal de la responsabilidad moral. Esto muestra que responsabilidad moral y libertad pertenecen a distintos órdenes de cosas: la primera es una cuestión moral y apela a las relaciones que rigen entre humanos, y la segunda es una cuestión que la tradición denomina ontológica: si el hombre es o no es libre.

FUENTE:

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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